BIENVENIDOS A

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Hábitos peligrosos: por el mal uso, ya hay antibióticos que fallan en uno de cada cinco pacientes

El abuso genera bacterias resistentes, y eso está reduciendo su capacidad de curar. No es todo: en los próximos años no habrá con qué reemplazarlos. La automedicación, las recetas mal hechas y el descontrol en el ganado son clave.

Cualquier día de invierno, en un consultorio médico cualquiera: “doctora, hace cuatro días que mi hijo tiene tos y fiebre, por favor recéteme un antibiótico”. O también: “no se me van los síntomas, doctor. Deme un antibiótico, que mata todo”. En la oficina, en el bar: “estás destruido, andá a la farmacia y pedite una amoxicilina, que seguro te la venden. Y te olvidás”. A la salida del colegio de los chicos: “¿Te duele la garganta? Tomá, yo siempre llevo un antibiótico en la cartera, porque no quiero caer en cama”. En casa: “amor, guardo estas pastillas, así tenemos para otra vez. El médico me recetó para diez días, pero ya me siento mejor. Se ve que ayer hice bien: me tomé dos juntas”. Aunque sean habituales y parezcan inocuas, escenas como éstas no son más que piezas sueltas de un mecanismo alarmante: a causa de su uso indebido o abusivo, algunos antibióticos van convirtiéndose en golosinas inútiles, que en ciertos casos ya fallan para curar a una de cada cinco personas. ¿Suena muy trágico? Este año, la Organización Mundial de la Salud definió a la resistencia de algunas bacterias a los antibióticos como uno de los problemas de salud pública más graves del mundo.

La historia moderna de la lucha contra las infecciones es la de la carrera permanente de los antibióticos contra la habilidad de las bacterias de tornarse resistentes a ellos. El antimicrobiano más antiguo, la penicilina, fue descubierto por Alexander Fleming en 1928 y todavía es uno de los más efectivos. Pero el propio Fleming ya había advertido sobre los peligros potenciales del uso indiscriminado de antibióticos, y de la posibilidad de que el uso en dosis y tiempo equivocados generaran bacterias resistentes. Y tenía razón: cuando se utiliza un antibiótico, éste actúa sobre todas las bacterias que habitan el organismo –la mayoría de las cuales cumple un rol beneficioso para la salud– y no sólo sobre aquéllas que están causando una enfermedad. Esto desata mecanismos de defensa de las bacterias, que luchan por sobrevivir: las más débiles mueren, y aquellas que son más resistentes logran reproducirse.

Así se conforma una población bacteriana sobre la que los antibióticos no tienen efecto. Estas bacterias, a su vez, no sólo infectan a la persona que recibió el tratamiento: a través de las múltiples vías de diseminación, también terminan colonizando a otras personas.

El doctor Rodolfo Quirós, que es jefe de Infectología del Hospital Austral, deshace la madeja de errores que componen este sombrío panorama: “el mal uso de los antibióticos crece debido a cuatro factores clave. El primero es la variabilidad del nivel de los médicos argentinos: mientras algunos están entre los mejores del mundo, otros dan antibióticos cuando no van, los eligen mal o prescriben tratamientos más cortos o más largos que lo indicado. Otro eslabón flojo es el de los farmacéuticos, que a veces escuchan los síntomas que les cuentan sus clientes y enseguida les venden remedios que contienen antibióticos, como algunos analgésicos y antifebriles.

La tercera pata es la de la industria: los laboratorios aconsejan no consumir antibióticos sin receta, pero con el lanzamiento de productos “combinados” favorecen el ataque a gripes virales con antimicrobianos (ver infografía). El cuarto elemento es la falta de cultura del público, que ingiere antibióticos sin prescripción, lo hace para combatir cualquier dolencia o, cuando su consumo responde a una orden médica, los toma en forma desordenada o interrumpe el tratamiento cuando ya se siente bien. Se cree que el antibiótico ‘mata todo’ y no es tóxico: una doble mentira. Estos medicamentos no actúan contra los virus, y además pueden causar diarreas y alergias.”

Gabriel Levy Hara, infectólogo argentino de prestigio internacional, dispara algunos datos para despertar conciencias: “Cuanto más amplio espectro tienen, más se usan y para curar más cosas, los antibióticos causan más resistencia. Aunque la penicilina sigue siendo buena para combatir las anginas infecciosas, en los 90 salió un grupo de drogas nuevas, como la azitromicina, que revolucionaron el mercado: sólo había que tomar una pastilla diaria durante tres días.

Ahora ese antimicrobiano ya tiene una resistencia del 20%, puede fracasar en uno de cada cinco pacientes. Esto es grave, porque la azitromicina también se utiliza para curar neumonías, y una neumonía mal tratada en ancianos o personas débiles tiene una mortalidad superior al 40%”, advierte el médico.

“También aumentó la resistencia a la norfloxacina, ciprofloxacina y otras drogas del grupo de las quinolonas, que se usan para tratar infecciones urinarias y respiratorias, y también gonorreas. Y habría que tener mucho cuidado en el uso de antibióticos para tratar diarreas porque, al igual que con las enfermedades respiratorias, la mayoría son de origen viral”.

¿Cuándo es necesario tomar un antibiótico? Veamos algunas estadísticas: el porcentaje de infecciones bacterianas sólo es superior al 50% en las otitis agudas medias (93,7%), las neumonías (92,6%), las sinusitis agudas (85%) y las amigdalitis agudas (75,5%). En las bronquitis agudas, la posibilidad de que su origen sea bacteriano o viral es mitad y mitad, y las faringitis agudas sólo deberían atacarse con antibióticos en tres de cada diez casos. En cambio, el origen viral es casi absoluto en el resfrío común, las gripes y otras infecciones del tracto respiratorio.

Sin embargo, algunos estudios recientes muestran que los médicos recetan muchísimos más antibióticos de los que deberían. Entre diciembre de 2002 y abril de 2003, tres investigadores del Programa de Medicina Interna General del Hospital de Clínicas relevaron la prescripción de antimicrobianos en cuatro hospitales y clínicas porteñas representativos de los diferentes estratos sociales de la ciudad, y se encontraron con que el 70 por ciento de las infecciones respiratorias altas (que masivamente son virales) había sido tratada con antibióticos. ¿Qué síntomas decidieron a los médicos? La presencia de mocos y de tos.

Para saber cómo se trataban los casos de bronquiolitis en el primer nivel de atención público del país, los médicos Ricardo Bernztein y Susana Elordi analizaron junto a un sociólogo quince millones de recetas prescriptas en el marco del Plan Remediar, entre marzo de 2005 y febrero de 2006. ¿El resultado? El 48% de todos los remedios recetados en los Centros de Atención Primaria de Salud fueron antibióticos, que están “desaconsejados” para ese mal. Pero la prueba más concluyente del uso inapropiado de estos medicamentos –causa fundamental de la resistencia bacteriana– la ofrece hoy Clarín: con datos oficiales de enfermedades respiratorias registradas en 2010, cruzados con información del mercado farmacéutico, este diario comprobó que las ventas del antibiótico amoxicilina combinado con mucolíticos (que sólo combaten síntomas) acompañan en forma casi exacta la curva de incidencia de las gripes y otras dolencias virales (ver infografía).

Otro dato curioso: en un paper que analizó las tendencias en el uso de antibióticos de ocho países de América Latina entre 1997 y 2007, la curva argentina de consumo anual acompañó puntillosamente los vaivenes de la economía nacional, con un piso de 8,11 dosis diarias definidas cada mil habitantes en 2002 y un salto a 16,64 en 2007. El doble en sólo cinco años. Y el primer puesto en toda la región (ver infografía).

Esta trabajosa recopilación de investigaciones y estudios puntuales –cuya selección ofrece hoy Clarín– intenta paliar la falta de estadísticas oficiales sobre la cantidad de antibióticos autorizados en Argentina (la ANMAT tiene esos datos dispersos), la proporción nacional de recetas indebidas y los costos sanitarios y económicos de la creciente resistencia bacteriana. La Confederación Farmacéutica asegura que el año pasado las farmacias tuvieron a su disposición unos 330 antibióticos generales. Pero casi el 80% de las ventas le corresponde a un puñado de ellos. El best seller de los antibióticos es, por lejos, la amoxicilina, que el año pasado representó un tercio de todos los antibióticos utilizados. En orden, le siguen azitromicina, cefalexina, ciprofloxacina, claritromicina, norfloxacina, penicilina, sulfametoxazol y cefadroxilo.

El doctor Marcelo Galas es jefe del departamento de Bacteriología del Instituto Nacional de Enfermedades Infecciosas y, según el voto unánime de las fuentes consultadas por Clarín, el especialista mejor calificado para describir los resultados del agrio combate contra la resistencia bacteriana. “Latinoamérica y Asia son las dos regiones del mundo con más elevados niveles de resistencia a los antibióticos”, dispara para empezar. Y sigue: “Por la concentración de pacientes críticos en los hospitales, los porcentajes de resistencia más altos se dan en las grandes ciudades. Hay enormes diferencias –que en algunos casos llegan al 100%– con respecto a los pueblos o parajes rurales.” Con las estadísticas y cientos de informes en la mano, Galas afirma que los antibióticos de uso público que más resistencias generaron son la ciprofloxacina (muy utilizada para combatir infecciones en las vías urinarias), la azitromicina y claritromicina (neumonías, otitis medias, infecciones intestinales, urinarias y odontológicas).

El Infectólogo Gustavo Lopardo, coordinador de la comisión de uso adecuado de recursos de la Sociedad Argentina de Infectología, ofrece su experiencia: “Además de las bacterias que causan infecciones respiratorias, las productoras de infecciones urinarias, gastroenteritis o infecciones de la piel y tejidos blandos también desarrollaron resistencias a las antibióticos utilizados contra ellas”.

La salvaguarda de los antibióticos actuales también cuenta con otras razones de peso: si perdieran su efectividad, será muy difícil reemplazarlos. El presidente del Colegio de Farmacéuticos bonaerense, Néstor Luciani, advierte que “cada vez que son necesarios antibióticos nuevos o de última generación para hacer frente a patologías rebeldes, los costos son mayores, y eso repercute en toda la economía, ya sea del paciente o del sistema de salud”. Pongamos un solo ejemplo para ilustrar las palabras de Luciani: el tratamiento de diez días con una nueva generación del antibiótico fosfomicina, necesario para tratar diarreas o infecciones urinarias graves causadas por gérmenes multirresistentes, sale 14.130 pesos.

Aunque prohibitivo, el costo no es la única fuente de preocupación. En los próximos años no habrá antibióticos innovadores, porque los laboratorios no están haciendo una gran inversión para desarrollarlos, como la que mantienen para crear nuevos remedios para el Sida o las enfermedades cardiorrespiratorias.

¿Datos? En 2008, ocho de los quince laboratorios más grandes abandonaron sus investigaciones al respecto, y otros dos las redujeron. Un estudio publicado en 2004 reveló que sobre 506 drogas en desarrollo por esos quince laboratorios y las siete empresas de biotecnología más importantes del mundo, sólo seis eran antibióticos. Y un sondeo realizado en 2008 entre laboratorios grandes y chicos mostró que sólo 15 entre 167 antibióticos bajo desarrollo contienen nuevos mecanismos de acción. Hay más cifras, más desaliento: en Estados Unidos, la aprobación de nuevos antibióticos cayó un 56% entre 1998 y 2002. Por todo esto, la Organización Mundial de la Salud impulsa el programa “20x20”, con el objetivo de que en los próximos 20 años aparezcan 20 nuevos antibióticos. Pero los especialistas creen que es muy difícil que esta meta se alcance.

Lo dicho: en Argentina no hay estadísticas que midan los costos sanitarios ni económicos que implica el combate contra bacterias que en varios casos ya son multirresistentes (es decir que no responden al ataque con cuatro antibióticos distintos). Pero los países desarrollados pulieron estimaciones que hielan la sangre: en la Unión Europea, cerca de 25.000 pacientes mueren cada año a causa de infecciones provocadas por bacterias multirresistentes. Además, se estima que los costos asociados a este problema alcanzan los 1.500 millones de euros. En Estados Unidos, el sistema de salud gasta cada año un excedente de 20.000 millones de dólares, y se generan ocho millones de días de hospitalización adicionales. En total, los costos sociales anuales superan los 35.000 millones de dólares.

El antídoto para alejar esta tragedia es conocido: no automedicarse ni intentar comprar atribióticos sin receta, no aceptar su prescripción sin una buena razón y completar los tratamientos como indicó el médico. ¿Podremos lograrlo?

Respiradores y prótesis, claves en las infecciones hospitalarias


Hay bacterias inmunes a varios antibióticos. Y se hacen pocos análisis para atacarlas con éxito

Después de un delicadísimo trasplante cardiopulmonar realizado en Mendoza, Sandro murió el 4 de enero del año pasado. La cirugía había salido bien, pero mientras se recuperaba de ella –conectado a un respirador artificial– el “Gitano” se contagió con una de las bacterias más resistentes a los antibióticos, y no hubo cómo combatirla. Aunque no hay datos nacionales, la Sociedad Argentina de Infectología estima que que el 8% de los pacientes son afectados y unas 12.000 personas mueren cada año en el país por infecciones hospitalarias.

La doctora Heidi Wimmers, Jefa de Farmacia del Hospital Alemán de Buenos Aires, explica que “los tiempos de hospitalización se prolongan mucho por las infecciones por gérmenes resistentes, y los costos de atención se disparan . En los años 80 se detectaron las primeras resistencias de algunos enterococos a la vancomicina, un antibiótico de reserva hospitalaria. Hoy, la mortalidad por bacteriemias causadas por estos gérmenes es del 37%. Una reciente amenaza es la K pneumoniae , que en los últimos cinco años desarrolló resistencias que vienen causando g raves problemas en los hospitales y complica especialmente a los pacientes internados en terapia intensiva, los bebés prematuros y los pacientes con EPOC : el Instituto Nacional de Epidemiología Doctor J.H. Jara estima que su letalidad oscila entre el 47% y el 68% .”

En Punta del Este, el 7 de abril pasado, la Asociación Panamericana de Infectología declaró que las infecciones hospitalarias crecen porque aumentó la colocación de respiradores, catéteres y prótesis (reemplazos óseos, marcapasos y stents). El proyecto IRIQ, otro estudio internacional del que en 2003 participaron 45 centros de salud argentinos, reveló que en nuestro país son mucho más altas que en otros las infecciones en las colocaciones de prótesis de cadera , reparación de hernias, amputaciones, algunas cirugías cardíacas no coronarias , algunos by-pass, determinadas cirugías de columna y otras genito-urinarias .

El Proyecto Validar, realizado en 2004 en 107 hospitales y clínicas argentinos, concluyó que el 17% de las 16.166 prescripciones antibióticas analizadas era inadecuado. El  infectólogo Rodolfo Quirós, coordinador nacional del proyecto, dice que “muchas veces los médicos prolongan los tratamientos sin razón , o prescriben antibióticos de amplio espectro por las dudas. También ocurre el espiralamiento empírico: por sospecha de que puede haber una infección, tengo que dar un antibiótico. Si no funciona, subo la dosis, lo cambio o agrego uno nuevo. Y por el contrario, lo que hace falta es tener un diagnóstico preciso para encarar un tratamiento.” Respetadísima por sus colegas, la doctora Liliana Clara es jefa del comité de control de infecciones del Hospital Italiano y referente de la organización internacional Alianza para el Uso Prudente de los Antimicrobianos. “En los hospitales hay déficit de higiene en las manos , la medida más efectiva contra las infecciones. Hay programas de control de infecciones que pueden mejorarse, por ejemplo con inversiones en recursos humanos, infraestructura informática y tecnología para optimizar el desempeño de los laboratorios de microbiología”, dice. Clara honra su apellido: “También necesitamos que haya datos sobre resistencia antimicrobiana bien diseñados –clasificados por riesgo– y que se publiquen, para que todos los médicos accedan a ellos.”

Existe el Programa Nacional de Vigilancia de Infecciones, pero la adhesión de los hospitales es voluntaria . Hasta diciembre pasado, sólo se habían incorporado al programa 132 establecimientos sobre los 4.000 existentes. Hace un mes, el Senado aprobó un proyecto de ley que obliga a todos los centros de salud a registrar y notificar los casos de pacientes que hayan contraído infecciones hospitalarias. Los diputados podrían tomar nota.

El uso de antibióticos en pollos, vacas y cerdos no se controla


En La Plata, un equipo de científicos propone crear un Programa Nacional de Monitoreo

No sólo habría que cuidarse con bufandas, barbijos y un buen jabón a mano: la amenaza también puede estar en el sabroso plato de comida que espera para la cena. La resistencia de algunas bacterias que enferman a las personas también se produce por los antibióticos que durante su cría les dieron a pollos, vacas y cerdos de consumo, cuyo registro no existe y mucho menos su control.

Desde el Gobierno, el subsecretario de Relaciones Sanitarias e Investigación del ministerio de Salud, Jaime Lazovski, dice que “según algunos expertos, la principal causa del desarrollo actual de resistencia bacteriana obedece más al uso masivo de antibióticos para conservar alimentos envasados, para el engorde de ganado o para prevenir las mastitis en las vacas lecheras , que al uso médico propiamente dicho.” En su reciente reunión de Punta del Este, la Asociación Panamericana de Infectología alertó que “en los países de América Latina, con alto nivel de producción ganadera y de granja, no hay vigilancia suficiente sobre el abuso de antibióticos usados en forma masiva con fines no terapéuticos”. Los especialistas también advirtieron sobre el “aumento en el consumo de antibióticos dirigidos a mascotas recetados por veterinarios”.

Una buena respuesta a estas admoniciones la ofrece el equipo de Florencia Pantozzi, miembro del Laboratorio de Diagnóstico e Investigaciones Bacteriológicas de la facultad de Veterinaria de la Universidad de La Plata. Gracias a un subsidio del ministerio de Educación nacional, Pantozzi y su equipo desarrollan un proyecto para crear un Programa Nacional de Monitoreo de Resistencia Antimicrobiana en bacterias de origen animal. “El objetivo es observar la resistencia a los antibióticos en bacterias intestinales de animales de consumo en Argentina”, explica la científica a Clarín.

“Se muestrearán vacas, cerdos y pollos de terminación en los establecimientos de producción o en frigoríficos de distintas provincias, para aislar bacterias indicadoras y zoonóticas y efectuar los tests de sensibilidad a varios antibióticos. Si el programa se continúa, en el futuro podrán mantenerse sistemas de vigilancia anuales para observar la evolución de la resistencia y proporcionar los datos necesarios para realizar los análisis de riesgo que requiere la protección de la salud humana y de los animales, proporcionar una base para formular recomendaciones sobre políticas de sanidad y aportar datos para elaborar normas y recomendaciones para el uso prudente de los antibióticos”.

El abuso de estos medicamentos en la cría de animales permite que sus cuerpos desarrollen colonias resistentes de varias bacterias que luego pueden pasar a los humanos. Algunas, como los Estreptococos o la Escherichia colli, son frecuentes y se tratan con cierta facilidad. Otras, como la brucelosis, la tuberculosis, el tétanos o el ántrax pueden causar daños mucho más graves.

Consejos para reducir riesgos
  •  Tomar antibióticos sólo cuando los receta un médico, y cumplir con el tratamiento indicado: no interrumpirlo si los síntomas ceden.
  • No presionar al médico para que recete antibióticos si él no lo cree conveniente, aunque el paciente tenga fiebre varios días, esté congestionado o le duela la garganta.
  • No intentar comprar antibióticos sin receta.
  • Cuando se finaliza un tratamiento con antibióticos, tirar las pastillas que puedan haber sobrado. No guardarlas en el botiquín para usarlas más adelante.
  • No compartir antibióticos, ni tomar los que le hayan recetado a otra persona: estos remedios son específicos, y no sirven para curar cualquier infección.
Autor: Por Claudio Savoia
Fuente: RedSalud

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