Dolor: medir el sufrimiento con resonancias magnéticas
Para dar respuesta a esta incógnita, investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford (EE UU) han dado un primer paso hacia el desarrollo de una vía de diagnóstico que podría eliminar un obstáculo importante en la medicina del dolor: la dependencia de los autoinformes para medir la presencia o ausencia de éste.
Hasta ahora los medios para valorar esta sensación se basan en la escala EVA (Escala visual análoga) y «en la observación de la expresión de la cara de los pacientes», como apunta Alberto Camba, presidente de la Sociedad Española del Dolor (SED). Con esto se puede calibrar «de forma objetiva» si el paciente sufre dolor leve, moderado o severo, pese a que existan enfermos con más o menos tolerancia.
«Hoy en día no disponemos de ninguna prueba/forma objetiva de valorar la intensidad de dolor en nuestros pacientes, por ello debemos tratar a todos nuestros pacientes “según lo que ellos sientan y no sobre lo que nos parezca», explica Juan Perez-Cajaraville, director Unidad de Dolor de la Clínica Universidad de Navarra.
Novedad
El nuevo mecanismo utiliza patrones de actividad cerebral para ofrecer una evaluación objetiva fisiológica sobre el dolor. Los científicos utilizaron resonancias magnéticas funcionales del cerebro junto con algoritmos informáticos avanzados para predecir, con exactitud, el dolor térmico en un 81 por ciento de las veces en sujetos sanos, según un estudio que ha sido publicado en la revista «PLoS ONE». Según el Sean Mackey, director de la División de Control del Dolor y profesor asociado de anestesiología en la Universidad de Stanford, «tenemos la esperanza de que, finalmente, podamos utilizar esta tecnología para una mejor detección y un adecuado tratamiento del dolor crónico».
Los investigadores participantes en el estudio subrayaron que son necesarios futuros trabajos para determinar si este método puede medir distintos tipos de dolor, como el dolor crónico, y si puede distinguir con precisión entre éste y otros estados de carga emocional, como la ansiedad o la depresión. Según Mackey, «debemos recordar que este enfoque mide objetivamente el dolor térmico en un entorno de laboratorio controlado, así que hay que tener cuidado de no extrapolar estos resultados, ya que aún no podemos medir y detectar el dolor en todas las circunstancias».
De momento, esta herramienta sólo ha sido probada en pacientes sanos sobre los que se ejercía un daño que superaba el siete en la escala tradicional. Mientras se aplicaba la sonda de calor, se tomaban imágenes de los cambios cerebrales que se producían. Como explica Neil Chatterjee, del Laboratorio de Sistemas de neurociencia y Dolor de la Universidad de Standford, «de este modo podíamos obtener imágenes de personas que sufrían más con esto de las que no y distinguíamos, además, la percepción indivual del dolor con escalas más objetivas del sufrimiento». Al igual que Mackey, Chatterjee apuesta por emplear «estas técnicas no como sustitutas de las actuales, sino como una forma de completarlas».
De este modo, los científicos afirman que, en muchos casos, es necesario disponer de una manera de medir el dolor de forma objetiva, en lugar de confiar sólo en el método actual de autoinforme –EVA–. Sin embargo, el carácter altamente subjetivo del dolor ha complicado el camino hacia este objetivo. Ahora, los avances en las técnicas de neuroimagen han revitalizado el debate sobre la posibilidad de medir el dolor fisiológico.
Tal y como apunta Mackey, «confiamos en los autoinformes de los enfermos sobre el dolor. Yo confío en esta herramienta cuando, como médico, me ocupo de un paciente con dolor crónico. Sin embargo, hay un gran número de pacientes, sobre todo entre los más jóvenes y los ancianos, que no pueden comunicar sus niveles de dolor. En esos casos sería maravilloso poseer una técnica fiable que midiera el dolor fisiológico».
Sin embargo, José Luis Aguilar, coordinador del Grupo de Estudio del Dolor Agudo de la SED, subraya que aun es pronto para estandarizar esta prueba de forma general a los pacientes, «ya que requiere unos costes muy elevados». Pese a lo cual, no descarta sus bondades, «en enfermos con fibromialgia, del que sólo podemos saber lo que les sucede por ellos mismos, se ha mostrado que las resonancias magnéticas han demostrado qué zonas de la estructura cerebral cambian. A través de contrastes, podemos ver las modificaciones». Esto podría ser muy útil en el futuro para planificar mejores tratamientos y más personalizados. «La medida del dolor debe ser un procedimiento dinámico, comenzando con una buena historia clínica, explorando al paciente, evaluando pruebas complementarias y realizar, si se puede, un diagnóstico», apunta Perez-Cajaraville.
Seguir la evolución
Pese a que no es una práctica habitual, como explica el presidente de la SED, en Galicia, la autonomía donde él ejerce, registra en los historiales clínicos la «quinta constante vital»: el dolor, junto a otras como la tensión o la temperatura. «Hemos desarrollado en nuestra comunidad un programa específico de enfermería que permite incluir la evolución del dolor en los enfermos hospitalizados», manifiesta Camba. Como máximo responsable de la SED confiesa que no existe un protocolo estandarizado para realizarlo de forma automática en todos los centros, pero que se integra de forma progresiva en el día a día de los hospitales.
Desde la SED, como apunta Aguilar, se intenta que sea una de las comisiones responsables sobre dolor del Consejo Interterritorial que estipule y marque como protocolo la medición del dolor como «quinta constante vital». «De este modo mejoraríamos la calidad asistencial en el campo del dolor. Además, se podría involucrar también a la Atención Primaria para que midiese estos parámetros», sugiere Aguilar. Una decisión que ayudaría en la planificación y el abordaje de una patología que afecta directamente a la calidad de vida de los enfermos.
Fuente: La Razon.es
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