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Johan y su lucha contra inmortales “microscópicos”


La resistencia a los antimicrobianos fue el tema escogido el día 7 de abril de 2011 por la Organización Mundial de la Salud (OMS), como centro de su campaña anual. Sirva esta historia de alerta por las tantas que, como ella, se empiezan a escribir en el mundo, en cualquier parte, hasta en nuestra propia casa






Por Humberto Zamora Fajardo


Johan Ernesto* es un niño impresionante aun en la pequeñez de sus ocho años. Sus modales, el carácter alegre e hiperactivo y su inteligencia natural dejan ver a un “hombrecito” fácil de querer. Notable.

Pero ninguna de esas características lo salva de ser una persona a la que sus padres tienen que proteger al máximo porque, por esas vueltas que da la vida, de ser necesario, no todos los antibióticos pueden resguardarlo del ataque de esos microscópicos enemigos que son las bacterias.

Johan es un chico vulnerable y lo peor es que, en su caso, convergen una serie de hechos casuísticos que con un actuar responsable pudieron evitarse y que en la actualidad ocurren de forma aislada o de conjunto, pero ocurren.

El posible inicio del principio


Este puede haber sido el inicio de la historia. Digo puede, porque en realidad pocos afirmarían hoy lo contrario… tampoco lo asegurarían así como así. Pero eso no importa. Lo importante viene después, lo que sigue es solo una referencia.

Varios años antes la mamá de Johan, todavía encinta, sintió dificultades al orinar. Un ardor profundo hacía difícil el simple y natural proceso de eliminar desechos por medio de la micción.

Sin dudarlo dos veces, asistió al Consultorio del Médico de la Familia y tras plantearle la situación al facultativo este le orientó unos análisis complementarios. Empero, ante la insistencia de la paciente le adelantó una prescripción para que consumiera antibióticos, porque interpretó que el problema podría estar en el uso para el aseo de aguas contaminadas con gérmenes.

Según el Doctor George Serrano Vázquez, Especialista en Neonatología en el Hospital Pedriático de Banes, Holguín, el acto de indicar antibióticos antes de confirmar la presencia o no de algún tipo de bacteria es un “desliz” más frecuente de lo que se cree.

“En realidad -afirmó Serrano Vázquez-, no puede desaprovecharse la oportunidad que brinda la entrevista al paciente para la toma de decisiones y mucho menos la confirmación de sospechas por medio del laboratorio. Lo otro es que, es totalmente normal que una embarazada, en dependencia del tiempo de gestación o de sus características somatotípicas, tenga dificultades para orinar.

“El feto baja o crece y presiona el conducto. Allí se retiene una parte de los efluvios y ahí mismo empiezan los contrariedades. Esto es solo por ponerle un simple ejemplo. Juzgar en la distancia no es recomendable, las causas pueden ser diversas, pero pensar que ardor es sinónimo de infección es un lamentable error en el proceder” – terminó diciendo el entendido.

Sin embargo, la mamá de Johan consumió un ciclo de antibióticos cuando pudo haber aumentado el consumo de líquidos.

Uno cura, dos complican…


Una vez nacido Johan, que “escapó” del vientre de la madre después de un parto complicado, meconio con absorción incluido, debió volver al hospital. Lo hizo reiteradamente en busca de asistencia especializada para sus inconvenientes respiratorios.

En más de una ocasión, el chico abandonó la institución de salud con una buena dosis de antibióticos para combatir sus males.  Pero como estaba flaquito y las inyecciones le dejaban cada vez más dolorosas y feas marcas, la mamá decidía, en cuanto mejoraba un poco, suspenderlas.

Cuenta el doctor Serrano Vázquez que tratar las infecciones respiratorias con antibióticos es un error. “En el 90 por ciento de los casos la infección es viral pero tanto en la casa como algunos colegas, medican bajo el falso concepto de que sino resuelve no sufre daños… solo en apariencias, aclaro.”

Mas, a Johan los malestares, falta de aire, catarros, farinjoamigdalitis… lo perseguían y al final, hospital, nuevas recomendaciones, más antibióticos.

Y entre cuerpos de guardia y criterios divergentes en la práctica, un buen día los medicamentos dejaron de ser la solución para esas reiteradas molestias y por primera vez, los padres de Johan escucharon la frase “resistencia a los antibióticos”. Su mundo se vino abajo. Los caminos parecieron cerrarse.

“En realidad las complejidades que trae consigo un niño inmune a algún tipo de antibiótico, sí porque eso no quiere decir que sea a todos, se resuelve a través de la microbiología” –nos comentó la Doctora Niurka Arias Figueredo, Especialista en Medicina General Integral con varios años de experiencia.

“Es a través de los estudios microbiológicos –argumentó Arias Figueredo-, que se determina a qué medicamento es sensible y a cuál no un determinado germen. Obtenidos los resultados, el médico tiene plena certeza de lo que va a recetar al paciente.”

“Tampoco debe perderse de vista la profilaxis –continúo la doctora-. Hay que observar los antecedentes del paciente y orientarle a los padres que cada uno de los métodos debe ser seguido a cabalidad. No hacerlo implica un peligro muy grande para la vida del niño. Además, la higiene desempeña un rol esencial en estos procesos.”

Algo más que un caso aislado


Según estadísticas de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), siete de cada 10 personas se han vuelto inmunes a los antibióticos a causa del abuso de éstos y la automedicación.  Pero la frecuencia de los niños que son tratados con estos medicamentos, de las más diversas generaciones, por infecciones del tracto respiratorio está entre el 15 y el 30 por ciento.

Y más todavía: entidades como Eurobarometer certifican que únicamente el 40 por ciento de los europeos saben que los antibióticos son ineficaces contra los virus. Lo anterior convierte a la automedicación en un arma muy peligrosa y los menores de edad son los más vulnerables.

Afortunadamente las personas alrededor de Johan Ernesto aprendieron la lección. Él sigue siendo un paciente al que los médicos toman muy en cuenta a la hora de tratar por cualquiera de sus enfermedades. Aunque nunca más ha recibido un pinchazo en vez de una buena limonada.

* Johan Ernesto no existe, pero su historia sí. Incluso pudiera ser la de cualquiera de nosotros.


Fuente: Red Salud

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