Para demostrar su hipótesis, los autores del estudio analizaron los datos de 20.430 personas residentes en Norwich (Reino Unido), examinando la influencia de 12 variantes genéticas diferentes que investigaciones previas han demostrado incrementar el riesgo de padecer obesidad. Cada paciente tenía entre 6 y 17 de estas variantes presentes en su ADN.
Además, los científicos asesoraron a los participantes sobre tablas de actividad física para su tiempo libre para más tarde investigar su capacidad para modificar el riesgo genético de cada paciente a la hora de desarrollar obesidad o sobrepeso.Así, los resultados del estudio comprobaron que, por cada variante genética adicional, el individuo, con una altura media de 1,70 metros, tenía una predisposición a incrementar su peso 445 gramos de media.
Por su parte, los sujetos que mantenían un estilo de vida activo físicamente, este incremento fue de solo 379 gramos por cada variante, un 36 por ciento menos que las personas que no mantenían una actividad física regular, que llegaban a registrar un incremento de 592 gramos por variante.Además, las probabilidades de que la variante que aumentaba el riesgo de obesidad se manifestase fueron un 40 por ciento menores en los individuos activos físicamente (1.095 posibilidades por variante), comparados con los sedentarios (1.16 probabilidades por variante).
Según explican los autores, este hallazgo echa por tierra las teorías deterministas sobre la predisposición a la obesidad y demuestran a la población que, aunque se tenga un riesgo genético muy alto, pueden beneficiarse de las ventajas de adoptar un estilo de vida saludable.
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